IN PALMA
LANA SANADORA
El primer contacto de Eugenia con la lana tuvo lugar hace quince años. Atravesaba un momento difícil: un año antes su compañero había muerto, dejándola con un niño de año y medio y embarazada de una niña.
Cuando la invitaron a participar en un taller sobre la lana “estaba en plena crisis, acababa de conocer a otra persona y, aunque deseaba empezar una nueva vida, me sentía juzgada y señalada”. Durante aquel fin de semana de taller, el contacto de sus manos con la lana fue sanador para Eugenia, y la ayudó a desconectar momentáneamente de sus preocupaciones.
Un día, en su trabajo como administrativa “me patearon de mi zona de confort y decidí que la lana sería
mi camino”. Aprendió el oficio en una zona del Pirineo catalán, y poco a poco empezó a trabajar. Desde hace
10 años es una artesana de la lana.
Por su parte Gemma, durante la baja maternal tras el nacimiento de su segunda hija, sentía cómo hacer manualidades con la lana le hacía bien. “¿Qué se hará con toda la lana de Mallorca? Porque no paro de ver ovejas y no sé a dónde va...”, se preguntaba a menudo Gemma. “Llegué a un punto en el que necesitaba reencontrarme con esa chica que fui, que estudió ciencias ambientales, entender por qué lo hice realmente. Sabía que mi vocación era ayudar a solucionar problemas ambientales, y la lana es un problema ambiental”.
A través de una amiga en común, que fue profesora de los hijos de ambas, Eugenia y Gemma se conocieron
poco antes del inicio de la pandemia. “Estaba escrito que teníamos que encontrarnos”, aseguran. Pronto
empezaron a trabajar en un proyecto común que revirtiera de una forma local y que tuviera un triple
impacto: social, ambiental y económico. “Lo llamamos Llanatura porque es la unión de tres palabras en mallorquín: llana, natura y atura, que significan lana, naturaleza y para, o detente”.
En Llanatura “somos proveedoras de material y hemos creado la marca para poder traducirlo en un producto que capte a la gente”. Eugenia y Gemma no tienen ovejas, pero sí toman decisiones sobre la esquila, lavan la lana y le aplican todos los tratamientos y procesos necesarios para manufacturarla. “Hacemos fieltro y comercializamos posavasos, espardeñas, mantas y catifas. Somos sostenibles con todos los recursos, trabajamos con la Universidad de las Islas Baleares para intentar tratar todas las toneladas de lana que se
producen en nuestra comunidad”. En Llanatura calculan que trabajan con unas dos toneladas de lana al
año, cuando en las islas se producen más de doscientas toneladas “que o se van a China o se queman, y
en nada repercuten en las personas que han cuidado a las ovejas”.
Tras tocar muchas puertas, la única entidad que decidió apostar por ellas fue la Fundación Es Garrover, que
da trabajo a personas con trastornos mentales. “Queremos crear puestos de trabajo para ellos. Estas personas quizás no pueden trabajar en una empresa convencional, pero sí son capaces de muchas cosas”, dicen.
Su objetivo principal es “utilizar un recurso como lo hacían nuestros abuelos, porque hace cincuenta o sesenta
años la lana era un lujo. Hay que volver a darle una vida, porque en el futuro vamos a necesitar modelos
productivos circulares”.
Eugenia y Gemma son conscientes de lo necesario que es abandonar el individualismo y pensar en una vida de cooperación, pues llevan casi dos años entregadas en cuerpo y alma a un proyecto que no les ha
generado ingreso alguno. “Lo hacemos porque deseamos ayudar al planeta, que sin duda se salvará porque
es mucho más resiliente que nosotros”. Defienden que, con la lana, los humanos “tenemos una conexión animal porque nos protegió del frío antes que el algodón.
Y cuando la tocamos, nos sentimos seguros”. [IP]
César Mateu Moyà
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